Violencia Contra los Niños en Colombia – Normalización de un proceso destructivo
Por años los niños en Latinoamérica han sido el objetivo de violencia física, verbal y psicológica a diario, vulnerados de forma sistemática en entornos de aparente cariño y estabilidad con el beneplácito social y la tranquilidad del victimario debido a que culturalmente es aceptable lo que hace.
Los niños no piden nacer, y en la mayoría de los casos en Latinoamérica los padres tampoco piden serlo, según el DANE, en el primer trimestre del año 2021 en Colombia nacieron 140.090 niños, y en el mismo periodo de 2022 se registraron un promedio de 135.048 nacimientos de los cuales se registra el mayor numero en las ciudades principales como Bogotá (15.536), Medellín (5.519) y Cali (4881); de estos natalicios se estima que el 63.8% se ubican en el estrato 1.2 y 3. Este dato no es menor si se tiene en cuenta que la tasa de entrada a la maternidad en mujeres en Colombia registrada entre 2015 y 2021 oscila entre los 17 a 21 años; y los niveles de escolaridad de las madres en un 73% no supera el de secundaria.
Si ahondamos un poco más podemos ver que según el mismo DANE la edad de compra de primera vivienda en Colombia por parte de madres cabeza de familia oscila entre los 37 a 47 años, y la primera compra de vivienda en hogares comformados por padre y madre oscila entre los 35 a 45 años; se presenta un panorama complejo de análisis en torno a la configuración de la denominación de hogar.
Si bien los hogares están constituidos por parejas, en Colombia el porcentaje de permanencia de unión y cohabitación de padre y madre en convivencia es muy baja, en 2020 se estimaba que el promedio de convivencia oscilaba en 3.7 años con una clara disminución en los años posteriores en donde la pandemia, la dificultad financiera global y los cambios en los estándares laborales y sociales han hecho que este tiempo disminuya hasta en un 50%. Sin contar que en los últimos 5 años se ha intensificado la presión de género.
En este contexto aparecen los hijos como un invitado a la mesa que sin saberlo será el catalizador de alegrías y frustraciones de los progenitores y objetivo de observación y presión por parte de la familia extendida de ambos.
Los niños en Colombia se dividen en grupos dispares que de acuerdo con la capacidad económica y a la formación de los padres, esto hará que se enfrenten a un contexto más o menos hostil, pero en ningún caso benéfico o tranquilo.
La violencia infantil comienza desde el nacimiento en Colombia, sobre todo en los niños que no son deseados, (que en el caso de Colombia es de mas del 86%) por supuesto aparecen las voces de las personas en medios que afirman que esta cifra no es cierta y que gran parte de los niños en Colombia nacen en entornos prósperos y estables, con condiciones dignas y estabilidad parental, sin embargo el DANE en febrero de 2022 establece que solo el 1% de la población e Colombia accede a un salario conjunto en hogar de más de $10.000.000 de pesos equivalentes a 10 salarios mínimos; un 63% depende en promedio de 3 salarios mínimos, y el restante de la población se considera en pobreza extrema y depende de menos de un salario mínimo para sobrevivir en familia.
Y si hablamos de empleabilidad pues es mas complejo aún, dado que el promedio de desempleo en Colombia se debe analizar por múltiples variables, entre ellas, escolaridad, edad, estrato, contactos, acceso a la tecnología, idiomas etc.
Esto hace que los niños en sus edades mas tempranas se conviertan para los padres mas que en fruto de su felicidad y unión, en una responsabilidad económica y en una restricción a sus tiempos y libertades. Esto a su vez establece un marco de inequidad y desequilibrio para los menores.
Los niños que hacen parte de hogares unidos (padre y madre) comienzan un periplo de actividades innecesarias para su desarrollo y formación, nocivas para su desarrollo como personas, pero inevitables por la necesidad de los padres por trabajar y mantenerse activos socialmente. Los niños comienzan a deambular en promedio a los dos años entre guarderías y jardines de infantes cuya función es cuidar y enseñar lo que los padres no tienen tiempo o interés de hacer, control de esfínteres, comer solos, adquirir hábitos de aseo, y determinar jerarquías. Y si el niño esta en una familia de posibilidades restringidas económicamente entonces aparece la permanencia con los abuelos, tías, primos, vecinos amigos o simplemente el encierro.
Esto aparentemente no es violencia, es fruto de la necesidad y las situaciones que se presentan por las condiciones de los padres, sin embargo, el correcto desarrollo de un niño exige otra cosa. Los vínculos afectivos permanentes entre un niño y sus padres se afianzan en los primeros cinco años de vida, la seguridad y la estabilidad emocional de los infantes se construye en este periodo y se acentúa en los siguientes tres años.
La definición de autoestima, seguridad y su capacidad de socializar sanamente se estructura entre los 2 y los 7 años, periodo en el cual además los niños afirman su amor y determinan sus figuras de interés.
El tiempo que los pequeños pasan en guarderías y espacios parentales diferentes a su entorno familiar es vital para su desarrollo como personas. Y si se plantea un promedio de asistencia materna o paterna en un contexto cotidiano podemos establecer que los padres Solo comparten con sus hijos al día en promedio 3 horas y estas carecen de calidad o intensidad suficiente para desarrollar un arraigo real. (los padres en promedio ingresan a trabajar a las ocho de la mañana y egresan de sus labores en promedio a las seis de la tarde, el desplazamiento a su hogar en promedio les toma una hora, esto significa que si el niño duerme entre nueve o diez de la noche y seis de la mañana solo hay contacto entre padres y menores tres horas).
Esto se ha normalizado en Latinoamérica porque las alternativas son mínimas, y aparecen entonces los factores agravados a esta situación. Si el hogar es monoparental, es decir que un solo padre atiende las responsabilidades del hogar, los tiempos se reducen drásticamente y si además uno de los padres o los dos están en proceso de formación o educación el tiempo de compartir se reduce en muchos casos a cero.
Este contexto que se cierra siempre en torno al niño, es el caldo de cultivo perfecto para la generación de situaciones que se convierten en el pan de cada día de los menores.
El primer factor de violencia es el control, representado siempre en la necesidad que tiene los adultos cuidadores de mantener al menor con la menor actividad posible, con el fin de que al adulto no se le incremente su trabajo o actividad, a esto tradicionalmente se le denomina educar.
En el contexto colombiano se denomina educación a los procesos represivos que hacen que un menor actúe y se comporte de acuerdo con los estándares aceptables establecidos por sus cuidadores, que realice de forma automática a partir de situaciones cotidianas acciones que hagan que las personas ajenas a su entorno perciban la influencia del adulto sobre el niño.
La educación situacional se ejerce por medio de represión y violencia aceptada, esto quiere decir que si la idea es “enseñar” a un niño a no decir groserías, de forma escalada se reprimirá al menor progresivamente hasta que su instinto de supervivencia le indique que si quiere evitar un castigo o un maltrato debe evitar esa acción, la primera vez se increpa al menor, la segunda se le grita ferozmente, a la tercera se le arroja agua o se le castiga, a la quinta jabón en la boca, a la sexta una bofetada y si la acción se hace frente a otras personas ajenas al hogar, el cuidador recurre al escarnio público, la humillación, la demostración de poder y el castigo físico para evitar el ridículo o la percepción de descontrol por parte de los demás.
En Colombia es aceptable el castigo físico por parte e los padres a los niños, esta bien visto que la madre o padre traten a los gritos a los niños, “les peguen por su bien” o que disfracen la violencia extrema con la autoridad.
El control es un problema para los padres quienes no entienden por que sus hijos no les obedecen o se comportan como ellos quieren, no comprenden el porqué de la rebeldía de los niños, si ellos se esfuerzan para que no les falte nada y les mantienen en las mejores condiciones de acuerdo con las circunstancias.
Lo que no entienden es que el control no debe existir, que los niños no los ven como sus padres realmente, solo como cuidadores y proveedores, porque desde que nacen están en todos los lugares menos en el hogar, que sus hijos no les pueden imitar o comprender porque no comparten el tiempo suficiente con ellos y no los conocen realmente. Porque hacer tareas a los gritos con ellos no es compartir tiempo, y llevarlos a un parque a ver el celular mientras ellos juegan no es brindarles recreación.
Los niños no son cosas, no son obligaciones y sobre todo no son posesiones, son personitas en formación, que aprenden por imitación e interés… y que cada día los obligamos a imitar a otros o interesarse en otros porque esa es nuestra dinámica social activa.
El peor maltrato que se le puede dar a un niño es quitarle su capacidad de decidir y de experimentar, de conocer, equivocarse, comprender y sobre todo de vivir.
Hay que educar a las mascotas, y hay que controlar a las mascotas, pero a los niños no.
Estamos en un momento histórico maravilloso en que muchas de las vendas que teníamos en los ojos a nivel político, social y religiosos están cayendo, y debemos estar acordes a nuestro momento histórico.
El control nace de la necesidad de tener mayores espacios para desarrollar esas cosas que desean hacer y los niños no lo permiten, vida nocturna, estudios profundos, cambiar de personas cercanas constantemente, viajar, alocarse etc.
Un hijo NO es una responsabilidad y si sabemos que no le podemos aportar nada mas que vanidad y superficialidad pues el camino de ese niño será lleno de espinas. Al nacer ellos nos dan la posibilidad de cambiar el futuro para bien, porque los niños son las maquinas reales del tiempo, en nuestras manos está que el futuro sea bello y feliz; porque si nuestros hijos son felices, el mundo que los rodea también los será.